Los sin rostro

 

Hoy no es un día cualquiera en Pocas Luces, el barrio hoy esta gris, en las terrazas de todas las casas hay colgadas remeras de fútbol, en homenaje a lo que sucedió una década atrás. Hoy se cumplen diez años del último partido en Pocas Luces.

Cerca de los años noventa, el barrio era cantera de fútbol mundial. Decenas de entrenadores y técnicos se llegaban de todas partes a buscar jóvenes talentos para llevarlos a sus clubes. Y lo hacían en parte, porque a diferencia de otros barrios, en este no había canchas de fútbol. No había clubes. Se lo llevaban de palabra y sin necesidad de contrato o dinero. Todos venían a ver a los sin rostro.

El semillero del barrio, germinaba en las calles y pasajes menos transitados. Una pareja podía estar caminando por lo que era una calle desolada y entonces dos niños sin rostro aparecían, con pasos estrambóticos, uno de cada dirección. Llevaban un bulto en las manos. Eran generalmente mochilas, camperas o algún tipo de calzado. Ya parados en pleno asfalto, cada joven  a cuarenta metros uno del otro, soltaba uno de los bultos que llevaba. Luego, dando cinco pasos precisos e idénticos, los dos niños sin rostro, al mismo tiempo, dejaban caer su segundo poste-objeto. La pareja empezaba a correr desesperada, sabía lo que se avecinaba. Estaban a diez metros de pasar la línea imaginaria de los arcos en la calle, cuando ocho niños sin rostro, salían de la oscuridad de los pasillos de la cuadra. Empezaba a lloviznar, los dos que habían trasladado los bultos se colocaban en el medio de estos. Los otros ocho se separaron en dos grupos de cuatro y se pararon frente a frente. La pareja desesperada cruzaba la línea imaginaria en el momento justo en que una pelota se empieza a divisar viniendo de muy alto. Los sin rostro levantan la cabeza enfocando al visitante esférico que viene cayendo a toda velocidad. Entonces la Pareja se encuentra de repente queriendo escapar de la calle pero les resulta imposible. Cientos de hombres con ropa deportiva, gorra con visera y planillas en las manos, salieron de todas direcciones. Se agolparon en los alrededores de la línea imaginaria de las vallas de portería y en las veredas. Eran las dos de la mañana en el barrio pero esto no decía nada en este lugar. Cuando los sin rostro aparecían no había nada que importe más que verlos.

Las personas que residían en las casas de la cuadra, eran los afortunados de ocasión. En el barrio no había televisores, ni teatros o cine. Los sin rostro daban el único espectáculo popular. No importa a la hora que se congregaban  si habitaban en la cuadra del encuentro la gente era feliz. Al sentir el alboroto, la señora de la casa se levantaba fastidiosa por la interrupción del sueño y se acercaba a la ventaba del segundo piso de su casa dispuesta a insultar a cualquiera. Entonces con ojos grandes y las cejas por el techo, llamaba a su marido “¡Negrito, Negrito!, despertate que hay partido” Y sin decir más se iba a la cocina a amasar unas tortas fritas para la familia. El Marido emocionado iba a despertar a los hijos, que se habían ido a dormir, rezando esperanzados con camisetas deportivas que esa noche se les dé, que esa noche sea de fútbol.

Todos los vecinos “localistas” salían a sus balcones y terrazas vestidos para la ocasión. Banderas flameaban en la oscura noche. Reflectores potentes, surgían de las cuatro esquinas de las calles. Los vecinos de la cuadra habían hecho rifas y juntado dinero para comprarlos, de otro modo, cuando los sin rostro se juntaban en horario nocturno no se los podía disfrutar. Un vecino loco, había despilfarrado medio sueldo en pirotecnia y la tenía guardada hacía meses esperando que los sin rostro se juntaran en su calle. El cielo fue iluminado por los artificios en el momento exacto en que el balón picaba en el medio de la calle. Entonces, bajo una fina llovizna que a ningún espectador le importaba demasiado, dos sin rostros saltaban a disputar el balón que había picado alto por la velocidad que traía consigo.

El espectáculo comenzaba, los jóvenes desconocidos dejaban la vida en cada jugada. Tacos, caños, paredes y todo tipo de exquisiteces se veían en cada minuto. Los entrenadores perdían baba de la emoción. Nunca anotaban nada en sus planillas porque los sin rostro eran todos iguales, con camisetas grises y pantalones negros, medias bajas y botines muy gastados. Cuando encontraban uno que les gustaba, no podían sacarle los ojos de encima hasta que el partido termine. El asfalto raspaba sus rodillas, pero ninguno se quejaba. El partido se daba por concluido cuando alguno de los dos equipos llegaba a los quince goles. A veces duraba horas, y era muy raro que se resuelva por un marcador distanciado, siempre era muy ajustado, lo que hacía un partido vibrante hasta el final.

La hinchada no paraba ni un minuto en las gradas-balcones y terrazas. Festejaban todos los goles y cada una de las jugadas. Los aplausos eran casi constantes. Abajo en cambio, los entrenadores no paraban de dar indicaciones. Cientos de conjuntos deportivos moviéndose descontroladamente, pidiendo movilidad y carácter. Por supuesto, los sin rostro no escuchaban, ni el vitoreo de la hinchada, ni los pedidos de los técnicos que rodeaban la cancha.

Cuando alguno de los dos equipos concluía el partido con la última exquisitez que determinaba el gol número quince. Las gradas deliraban emocionadas, algunos lagrimeaban. Los hijos abrazaban a sus padres y le agradecían el disfrute del espectáculo, como si ellos fueran los responsables. Pero abajo el clima era otro, los entrenadores no perdían tiempo y se agolpaban alrededor de los sin rostro para ofrecerles clubes y propuestas. Tras largas riñas y ya sin gente en las gradas que habían vuelto a los suyos. Los sin rostro eran subidos a las motos o autos de los entrenadores o simplemente se iban caminando con aquel al que habían elegido. Y nunca más, se los volvía a ver.

Nadie sabe lo que pasaba con ellos, ni los volvía a ver o a reconocer. Principalmente por la ausencia de televisión claro, pero también, porque el entrenador le asignaba un nombre. E instantáneamente al dejar el barrio, los sin rostro, eran niños normales con miradas, narices y sonrisas.

Para suerte de algún otro vecino, en una semana aproximadamente. Nuevos sin rostro aparecerían y deleitarían a otras casas, a otra cuadra.

Esto paso por última vez el 13/04/2006. Cuando en medio de un partido en el “Pasaje Negocio”, se estaba disputando un encuentro apasionado. El partido, muy parejo como siempre, se encontraba once a diez, eran las nueve cuarenta de la mañana de un viernes nublado. Cuando en medio del clamor  popular de las gradas, y las indicaciones desesperadas de los entrenadores. Paso algo que nunca antes había pasado, algo insólito. Un sin rostro tomo la pelota con las manos. Señalo a una de las esquinas donde se encontraban los entrenadores. Y luego salió corriendo por el pasaje hasta tomar la avenida siguiente. Lo mismo hicieron los demás sin rostro, incluso los arqueros juntaron los arcos-mochilas para luego perderse para siempre.

Todos se quedaron atónitos, los niños les preguntaban a sus padres que había pasado. Pero los padres  con ojos lagrimosos, tenían la mirada perdida en la cancha vacía. No podían ni hablar. Las mujeres dejaron caer las bandejas de facturas al piso incrédulas observando lo último que se vislumbraba de los sin rostro.

Los entrenadores se tomaban la cabeza y se miraban entre ellos. Uno se tomó el trabajo de cruzar la cancha vacía y dirigirse hacia el sector señalado por el sin rostro. Y detrás de tres conjuntos deportivos se encontró sorprendido, con cuatro señores de traje y lentes negros.

– ¿Y ustedes quiénes son? – pregunto el enojado entrenador.

– Somos representantes y empresarios.

Nunca más se jugó un partido en Pocas Luces. Los sin rostro jamás volvieron a ser vistos. Los vecinos no sabían lo que era un “representante” pero lo asociaron con lo que espanto a los jugadores de fútbol, fueron catalogados como los que le arruinaron su pasión.

A pesar de la desaparición de los sin rostro. Estos señores bien trajeados y de anteojos oscuros, recorrieron el barrio en autos negros como la noche, durante meses buscando a los niños futbolistas. Hasta que los mismos vecinos a piedrazos los espantaron de la zona. Aun así los sin rostro hasta el día de la fecha jamás volvieron a deleitar con su fútbol.

14 Comentarios Agrega el tuyo

  1. avian101 dice:

    Te ganaste un gol con la historia corta! 🙂

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    1. Muchas gracias por la lectura! Pero el juez de linea levanto la bandera

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  2. Buenísima historia! Gracias por el relato!

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    1. Muchisimas gracias a usted! por detenerse en el texto. Saludos

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  3. Quecoyote dice:

    Gracias

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  4. ¡Me ha encantado! Has conseguido crear unas imágenes bellísimas, y muy reales, casi me parecía estar asomada a una de esas ventanas. Felicidades.

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    1. Se aprecian sus palabras, muchas gracias!

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  5. Poli Impelli dice:

    Hola, Fabian!
    Te he nominado para que más gente te lea. Si quieres ver el premio, aquí te dejo el enlace:
    https://abrazoinfinito.wordpress.com/2016/04/11/infinity-dreams-award/
    Gracias por compartir tus historias,
    abrazo infinito 🙂

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    1. Poli!
      muchas pero muchas gracias de corazón!!!!
      regalo hermoso e inesperado!
      Abrazo enorme :-):-):-)

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      1. Poli Impelli dice:

        Graciasss a ti. Igualmente, vayan abrazos infinitos nuevamente 🙂

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  6. biblioteca62 dice:

    Me encantó el relato! Gracias por compartir y ¡FELICITACIONES por el premio! Saludos 🙂

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    1. Muchísimas gracias! Saludos 🙂

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      1. biblioteca62 dice:

        Nos leemos! 😀

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