Fotografía movida

Es una lástima, porque ambos representábamos el más tierno desamor entre dos seres sensibles. Y para colmo, vos saliste con tu mejor perfil. Tus simétricas pecas resplandecían arqueadas, producto de semejante sonrisa que portabas cuando mostrabas todos tus dientes. Cuando reías, te explotaba el rostro desde los labios. La onda expansiva te inflaba los cachetes, te fruncía la nariz, te estrechaba los ojos. Yo ese día no tenía mucho acné, la barba de algunos días me daba un aspecto más varonil. Yo también reía. Los dos lo hacíamos, pero el motor de esa algarabía no era el mismo.

Esa foto borrosa, movida y desenfocada. Más que una foto,  es una pequeña secuencia de varias imagenes. De dos micro vídeos. Uno se puede apreciar fácilmente siguiendo la imagen desde mi rostro al tuyo. Una frase, teóricamente alegre, acaba de dejar mis labios y recaía entera en tu oído. Entonces, la explosión. Tu sonrisa inmensa. Pero existe otra película si se la mira desde tu lugar al mío. Se ve a una joven hermosa, muy feliz. Con la boca llena de carcajadas. Y se ve a alguien que te mira cómo se miran a las cosas sensacionales. Definitivamente eso es tu risa, una cosa sensacional. Se ve a un joven que pierde la noción de la inminente interrupción imperturbable del tiempo. Y ríe, sólo porque algo sensacional lo provoca.

Si hubiera salido enfocada, no trasmitiría tanto. Esa fotografía es un atentado a la elegancia. Un insulto al paso del tiempo, ya que no se puede meter con nuestros rostros. Y una blasfemia para la tristeza y el dolor.

Éramos dos personas desencontradas de sí misma. Dos personas que aún no conocían su interior. Y aun así reíamos. Como si la prudencia de lo sensato, nos resultase absurdo y senil. Sin lugar para el dolor de la existencia, sin olfato para las falencias y sin entender del todo, que no nos pertenecíamos. Ambos seguimos sonriendo en una foto movida, para siempre.