El peligroso vuelo de los hombres.

Me llamó mucho la atención el caso. Pedí permiso para hablar con la culpable, Camila Saravia, quien cumplía una condena de cadena perpetua en una cárcel de máxima seguridad.

El guardia me advirtió que ella era extremadamente peligrosa y que en lo que iba de condena (casi tres años) jamás había recibido visita alguna. También me advirtió que ella no hablaba, ni lo hizo en su juicio, y que tampoco me miraría.

Cuando mi colega encargado del caso, me contó de esta mujer no dudé un segundo en venir a verla.

Aunque no se lo comenté a él, yo había vivido una situación similar alguna vez con otra mujer. Necesitaba descubrir si detrás de eso había un patrón. Quizás así poder evitar futuros asesinatos similares.

La carátula de la causa explicaba que la mujer había enviado a un hombre por los aires y éste había sido impactado por un Boeing 737 de frente.

Aunque nadie supo explicar bien lo sucedido una pareja que paso por la zona, declaró que vio como el hombre estaba hablando con la mujer cuando de pronto fue arrancado del piso por una fuerza extraña y no paro de detenerse.

La mujer fue juzgada y al no exponer defensa alguna ni emitir palabra, fue encontrada culpable.

Cuando entré, ella estaba en un rincón con la cabeza baja. No le llamó la atención el ruido de la puerta y eso era raro, nunca nadie la había abierto en algunos años, ya que solo le pasaban comida por una rendija. Y sin embargo parecía no interesarle quien pudiese estar Ingresando a verla.

– Hola – saludé.

Apenas levantó un poco la cabeza para verme, aunque no llegó a mi rostro. Se detuvo en mi ropa de clásico detective. Y se aburrió, eso noté. Entendí que no había forma de que me prestara atención alguna ni que entablara una conversación conmigo, mientras sea yo quien la interrogue. Entonces decidí ceder el turno y comencé a hablar.

– Fue hace cinco años, Melina. De un pueblo a no más de 60 kilómetros de aquí. Tuve que ir por un asesinato. Ella tenía el único lugar para hospedarse sobre la ruta. Entré y ella estaba archivando unos papeles de espalda. Sin observarla demasiado le pedí una habitación y me puse a mirar el televisor de la sala donde el canal local informaba el caso y justo yo aparecía de fondo – Camila no me miraba pero me escuchaba atentamente – cuando volví a girar para verla, ya que no había emitido respuesta, justo ella giró. Y ahí fue. Impacte el techo con una fuerza descomunal. – Estuvo a punto de mirarme pero se contuvo, su mirada estaba sobre mi camisa. – Ella retrocedió del susto y se cayó. Yo impacte el suelo sintiendo varias heridas en todo el cuerpo y en estado de shock, ella se acercó a auxiliarme y sucedió de nuevo, cruzamos miradas y volví a impactar primero en el techo y luego en el piso. Ella se espantó y salió corriendo a esconderse entre gritos y llantos. Yo tuve que hacer lo mismo, como pude me retire del lugar. Nunca volví, tuvieron que mandar a otro detective. – ella quería mirarme, asique le hice un ademan de espera y me coloque unas gafas de sol – ahora puedes mirarme.

Con mucho miedo ella levanto la mirada, pero no sucedió nada. Era de ellas, debía sacarla de allí de inmediato.

– ¿Sabes lo que sufres?

– No, no sé qué pasa – expulsó Camila con sobrada de angustia y llanto contenido.

– Tus ojos, los ojos de Melina y lo de otras mujeres alrededor del mundo. Tienen un impacto inhumano en algunos hombres, yo soy uno de ellos. Al menor contacto entre nuestras pupilas mis pies se despegan del piso. Los científicos trabajan para detectar cual es la anomalía.

Saqué de mi bolsillo recortes de diarios y se los desparramé delante de ella.

– Mira, el presidente de Bulgaria, un periodista en Ecuador, Un cura en plena misa, y uno que causo mucho revuelo, cuatro obreros de construcción. Todos muertos en accidentes fatales inverosímiles que nadie pudo detallar bien.

Ella no paraba de llorar.

– Se lo que sientes, puedo ayudarte a salir de aquí.

Me miró con mucha desconfianza.

– Contacté a Melina cuando me puse a investigar la situación, no fue fácil para ella pero nos reunimos, con gafas de por medio, y ella ahora lleva una vida normal, lo único que cambio en su vida es que no sale de su casa sin sus lentes de contacto y una vez por mes tiene que ir a un centro científico gubernamental para hacerse controles para apoyar la cura a este extraño mal que asesina hombres.

– ¿Ser un maldito conejillo de india? – preguntó con desprecio.

– No es eso, yo lo vería más bien como ser libre, o cumplir una condena de la que eres inocente.

Le mostré el papel firmado por el propio gobierno del país que me autorizaba a trasladarla a un lugar seguro y retirarla de este padecimiento hoy mismo.

– La decisión final corre por cuenta tuya. Saldré a tomar un café – trató de decirme algo antes de que saliera pero cerré la puerta dejándola sola, ella lo necesitaba. Inmediatamente me dirigí al jefe del lugar para tramitar la inmediata salida del lugar con Camila conmigo.

Cuando volví a verla ella me dijo que aceptaba salir de ahí, inmediatamente sonreí y le regale unas gafas de sol para que pueda salir con la cabeza en alza.

Nunca le cerró del todo lo fácil que salimos del lugar.

En el vehículo no se contuvo más.

– ¿Quién eres?

– Soy…

– ¿Para quién trabajas? ¿Cómo lograste sacarme así sin más?, sin siquiera firmar algo, ¿mi abogado sabe de esto?

Sonreí sin mirarla, el transito estaba pesado, decidí tirarme al costado de la ruta. Aparque el vehículo y le respondí.

– Tu abogado será contactado por la policía gubernamental, creo que ya ha sucedido, esto es un tema de seguridad nacional, para ellos trabajo.

– Quiero llamar a mi madre.

– La llamarás cuando lleguemos.

– ¿Adónde vamos?

– A hacerte unos análisis, ahí podrás llamar a tu madre y volver a tu vida normal.

– Quiero llamarla ahora, quiero mis pertenencias.

Nos mantuvimos la mirada unos segundos, el clima era de tensión. Ella me pedía algo que yo no podía darle. Cuando me encontraba sonriendo para responderle ella de un arrebato de fuerza y velocidad me corrió las gafas de un manotazo y se levantó las suyas. Me di un golpe contra el techo de la camioneta y luego impacte la cabeza contra el volante. Ella destrabó la puerta y se largó a correr en el medio de la arboleda que teníamos al costado de la ruta.

Me bajé y entré a perseguirla, acababa de hacerme las cosas más fáciles. Ella gritaba desesperada tiré un tiro al cielo. Ella giró a diez metros de mí y trató de mirarme a los ojos. Rápidamente baje la vista, le apunté a los pies, y disparé. Fallé y ella se alejó entre gritos de socorro y llanto. La alcancé a orillas de un lago que se abría camino luego de la arboleda. Ella estaba arrodillada de cara al lago, me acerque apuntándole a la cabeza. Ni giró para mirarme ni trato de hacer nada cuando le puse el caño en su nuca.

– ¿No hay centro científico ni vida normal verdad?

Suspiré secándome la traspiración de mi frente.

– Lo siento, no.

Ella siguió sollozando en silencio.

– ¿No puedes devolverme dónde estaba?

– No puedo, son órdenes. Eres peligrosa.

– Dijiste que no era mi culpa lo que pasaba. – me reprochó.

– ¡Y lo creo, maldición! – le grité empujando el arma sobre su cabeza. – pero yo no decido.

– Déjame ir, di que me ahogaste aquí.

– Sabes, algún día ustedes tomaran el control, realmente lo creo. Y nos pondrán a todos los hombres a su servicio y nos harán pagar todas y cada una de las que les hicimos pasar en este mundo. Pero no hoy, no tú. Y llegará mi momento y nos encontraremos en algún maldito infierno y podremos ser amigos quizás. Pero en esta vida jugamos roles diferentes. Lo siento Camila, sin rencores.

El cuerpo cayó al lago con un agujero en su cabeza, lloré unos minutos hasta que el cuerpo se alejó de la orilla.

Fue la cuarta mujer que tuve que ejecutar para el gobierno.

Me tocó matar a cuatro mujeres que con el solo contacto de los ojos, despegaban a los hombres del piso. Los científicos trabajan incansablemente, existían algunas que vivían en jaulas y eran sometidas diariamente a múltiples exámenes. Hasta el momento no se encontró nada que pueda explicar el fenómeno. Solo la peligrosidad de las mismas y que se vuelva viral.

Es por esto que acabo de ingerir veneno y estoy solo mirando el techo de una habitación que podría estar golpeando con todo el cuerpo si miraría a Melina a los ojos, porque lo que nunca les conté a los científicos que a mí me revisaron luego de mi conflicto con este fenómeno. Es que en los ojos de Melina he caído absolutamente enamorado. La sensación más linda que he sentido ha sido gracias a los ojos de ella y se ha cortado cuando impacte el techo. Envidio la muerte que le dio Camila a ese hombre, que llego al cielo por mirar esos ojos que enamoran. Me mato porque no soporto ver morir a tantas mujeres por causas injustas, me mato llevándome el secreto que podría liberarlas a la tumba. No soy quien para liberar a este mundo machista de ellas, ellos me hubiesen matado. Pero ya se alzaran ellas un día, y nadie podrá detenerlas.

4 Comentarios Agrega el tuyo

  1. tyess dice:

    Está interesante. Siento que habla de muchas situaciones (incluso más de la que parece evidente).
    A eso se atienen todos (y todas, y en todos los casos) y el tiempo pasa y las cosas no cambian. 😦

    Le gusta a 2 personas

    1. ¡Muchas gracias por comentar! Las cosas inmortales y el tiempo, están destinados a convivir una incómoda eternidad.
      Saludos! Nos leemos.

      Le gusta a 1 persona

  2. Me encantó tu texto, sobre todo el cierre.
    Enhorabuena por crear algo así.

    Le gusta a 1 persona

    1. ¡Muchas gracias, Alicia!
      Me alegro que te haya gustado.
      😊

      Le gusta a 1 persona

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