De un náufrago a otro.

Treinta y siete años han pasado para que Dana recibiera alguna conexión del mundo. Lloró emocionada. Se alegró de que todavía allá, al otro lado del basto océano que la había separado de su cotidianeidad, el mundo aparentemente seguía funcionando.

Al principio le había parecido una ilusión, es que unas quince o veinte veces al día, se paraba en ese lugar de su ya conocido «hogar isla» a intentar ver algo, algo que venga hacia ella.

Atrás había dejado el naufragio, atrás el dolor de ver hundirse al piloto y a los otros acompañantes de la pequeña aeronave. Atrás la desesperación por no saber dónde estaba y también atrás, muy atrás, el miedo de morir sola y de miedo.

Su enorme tragedia, la había convertido en una pescadora salvaje, se había vuelto más ágil, resolutiva, fuerte. Invencible. Hacía más de diez años que no conocía el llanto si quiera.

Hasta que desde el lugar donde se detenía siempre a observar a sus ausentes salvadores, divisó algo que brillaba en el medio del oleaje, a no más de cincuenta metros de las arenas. Su cuerpo empezó a convulsionar en risas torpes y sofocadas por agua que le salía de los ojos. Mientras corría a una velocidad que nunca hubiese creído hacerlo, se preguntaba que era esa sensación en el pecho que estaba experimentando. Su mente había olvidado las emociones humanas. Tras tres enormes zancadas en el agua cayó estrepitosamente. Decidió empezar a nadar a pesar de que solo tenía un metro de agua debajo. No tardó en llegar a la botella más de seis intensos minutos. Volvió nadando hasta que prácticamente sus manos golpearon la arena. Siguió arrastrándose boca abajo hasta quedar su cuerpo entero fuera del agua. Sin más. Con el corazón golpeando la arena, una sonrisa inmensa en el rostro y los ojos llenos de enorme ilusión, extendió el papel arrugado y leyó.

A quien leyera mis líneas:

Estoy perdido, me llamo Ismael De La Cruz, tengo 18 años, estoy en una pequeña isla cerca de centro américa. No sé bien en dónde. Por favor búsquenme, estoy solo y con muy poca comida.

En estos seis meses de náufrago, descubrí que no es la primera vez que estoy perdido. De hecho al contrario, a pesar del temor de lo desconocido, de la noche oscura, de la soledad, no he sentido el miedo que creería sentir si me hubiesen dicho antes de emprender el viaje que la avioneta perdería su motor.

Supongo que siempre me he sentido un poco solo en la vida, tanto así que hasta aquí puedo sonreír y ser quien soy. Tengo miedo, mucho. Soy un joven sin las cualidades necesarias para sobrevivir demasiado tiempo. La fuerza no es lo mío, incluso he visto peces y ni si quiera puedo imaginar como matarlos, menos aún comerlos. He estado practicando encender fuego con palillos para cuando se me acaben las cerillas y solo he conseguido ampollas.

Me siento un inútil total. Pero descubrí que la noche, la soledad y lo desconocido, siempre han habitado en mí, pero de formas separadas y distintas. Me encontré sonriendo varias veces mirando las estrellas en penumbras, alumbrado solo por una luna que parece ser mi única compañera.

Algo que descubrí en este lugar es mi alma de cantante y bailarín. No sé si será el silencio que a veces pide un descanso, pero he hecho grandes conciertos a viva voz. Y perdí la vergüenza. Crecí avergonzado.

Este pequeño extravío que espero y confió se solucione pronto. Me ha dejado más enseñanzas que lo que debería haber sido mi formación. Que lo único que hizo fue llenarme de información para poder convivir con idiotas.

La oscuridad y el silencio son estados de la naturaleza. No son enemigos. No han de atormentar a nadie que los adopte, solo se necesita el tiempo justo para desintoxicarse de la idiotez a la que acostumbramos.

Yo sé que aquí tendrían que estar descriptos los nombres de mis padres, de mis amigos de alguien a quien contactar. Pero lo cierto es que estoy solo en el mundo. Para todos los que me conocían soy un bicho raro, de hecho mis padres son los culpables de que yo haya subido a ese avioneta, para ellos tenía que viajar a otro lugar a curarme. Es por eso que no voy a gastar papel en ello.

Lo que sí me gustaría saber es ¿quién eres, leyente? Acaso ¿alguien perdido como yo? ¿En alguna isla rodeado de idiotas? ¿Fingiendo ser libre?

Espero que puedas salvarte, y escapar de esa isla en la que estas. Y puedas recostarte como yo, en la oscura noche, mirando la infinidad de las estrellas y sientas las caricias del viento. Y sonrías pura y verdaderamente libre de todo lo vacío que llena tu vida.

¡De un náufrago a otro!

Dana terminó de leer la carta llorando de la emoción como una bebe, como el bebe que fue. Se vio como un recién nacido pasando de brazos en brazos, con caras que le sonreían y le hacían muecas. Se vio como un infante, creciendo con sus padres y demás niños felices. Luego recuerdos de su temprana adolescencia, donde su padre entraba a su habitación y lo veía bailar y cantar. Y se vió espiando a sus padres en la cocina preocupados por tener un hijo puto. Se vió forzada a hacer deportes de hombres fuertes que no deseaba hacer. Se vió escapando de su casa por la ventana varias veces. Drogándose para olvidar su presente. Luego a sus padres internándolo en un centro de rehabilitación. A su madre llorando sujetando una cruz en su cuello, pidiéndole de rodillas a un señor crucificado, que le cure la enfermedad a su hijo.

Dana se levantó y sin preocuparse por secarse las lágrimas de los ojos. Volvió a arrugar la carta y a meterla en la botella. Tomó carrera distanciándose de la orilla y luego con gran velocidad se abalanzó y con un enorme movimiento de brazo de deportista arrojó la botella lo suficientemente lejos de la isla como para que la oleada no la devuelva.

Dana, a sus cincuenta y cinco años, guardaba esperanzas de poder rescatar a alguien. Y la misma carta que ella había escrito a unos meses del accidente, la acaba de rescatar a ella. Dana volvió a cantar a grito pelado, y bailó como nunca. Se preguntó si su padre estaría feliz de recibir a su hijo convertido en lo que siempre sintió, o preferiría la tranquilidad de su muerte. Comprendió que no solo los padres no se eligen, si no que los hijos tampoco. Lo que uno puede elegir es la posibilidad de Amar. Dana se volvió todo lo fuerte que necesitaba a base de ser ella misma. Y todavía espera ser rescatada o rescatar a alguien. Porque quizás, la oscuridad y el silencio sean estados de la naturaleza, como escribió a los dieciocho años, pero el tiempo y la ilusión esos son estados del alma. Y no hay agua ni oscuridad que distancie las almas. Y si su carta no llegaba a nadie, que por lo menos le volviera dentro de unos años a rescatarla de nuevo.

2 Comentarios Agrega el tuyo

  1. ¡¡¡¡¡¡PRECIOSO!!!!- Gracias por compartirlo, Fabian

    Le gusta a 1 persona

    1. Gracias a Usted! Por la lectura Esther 😊
      Nos leemos!

      Me gusta

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s