Quince bollitos de papel

Te regalo quince bollitos de papel. No más de cuatro o cinco palabras por hoja, quizás juntos digan todo lo que ninguno dice. Júntalos como quieras, podrías arrancar por el que dice “A veces sueño contigo” y terminar por “Nos debemos dos vinos”. O arrancar por “No sé qué hacer conmigo” y por ultimo “El fin aterra”. Aunque todas parecen tener cola y cabeza.

Júntalos como quieras, porque separados ninguno dice. Ninguno dice y todos callan. Sí que saben lo que callan. Lo llevan escrito en las abolladuras.

Regalar palabras que no se pueden expresar tendría que estar más valorado. Todo lo que puede ponerse en palabras carece de análisis profundo. Siempre se presta a interpretación. Lo que no se puede decir es invaluable, siempre.

Quince bollitos de papel que no pueden expresar lo que me late. Papeles arrancados con la furia de lo insensato.

Y si no escribo no es por cobarde. Cobarde son las palabras que no aparecen cuando uno las necesita, o no existen.

Y si arranco papeles no es por violento. Violento son los vacíos cargados de dicotomía, violentos son los espacios en blanco que no pueden llenarse.

Y si abollo, que se sepa, es porque me cruzo con palabras que no llevan a tus labios.

Y si escribo “No sé qué hacer conmigo”, es que odio la nulidad de mi accionar ante tus ojos grandes.

Y si escribo “El fin aterra” entiendo que los ojos esquivan.

Y si escribo “Nos debemos dos vinos” solo digo que nos debemos un salto a la moral.

Y si escribo “A veces sueño contigo” es porque son contadas las noches en que puedo conciliar el sueño.

Y si solo te regalo quince bollitos de papel y nada más, es porque el resto de las hojas dicen puras tonterías.